Era más que probable que últimamente estuviera pasando la raya, esa delgada línea que separaba el seguir las normas de casa y no seguirlas, lo que hay que hacer de lo que no se debe hacer (y menos con tanta frecuencia), lo que está permitido de lo que no.
En su casa, no les gustaba que ella se fuera a dormir a casa de nadie. Desde pequeña podía contar con los dedos de una mano (y le sobraban) las veces que no había dormido en casa; hasta el momento no había significado demasiado problema... Años atrás, en el colegio, algunos lunes oía las historias de sus amigas, lo bien que lo habían pasado el viernes por la noche en casa de cualquiera de ellas; se habían quedado hasta tarde, habían visto una peli y habían hablado de chicos. Siempre le hubiera gustado ir a una de esas "fiestas", pero tampoco fue algo que le quitara nunca el sueño... Hasta ahora...
Hacía unos meses que ya no era ella sola, compartía su historia con ÉL, ese chico que llegó a su vida sin más y que poco a poco se fue colando en su día a día sin avisar, hasta convertirse en ese día a día. Y le encantaba la idea de poder dormir abrazada a él, despertarse y ser lo primero que viera, ver comenzar un nuevo día justo igual que se despidieron del día anterior (abrazos).
Pero eso seguía estando "prohibido", hubiera dado todo por dormir a su lado alguna vez. Aunque a veces se quedaba hasta tarde en su casa, sabía que a las 6 de la mañana debía regresar a la suya, y como les parecía poco el tiempo que podían estar juntos, decidían no dormir.
Y así pasaban los días, fin de semana tras fin de semana.
Ella sabía que algún día lo conseguiría, porque cuando luchas con todas tus fuerzas por lo que quieres tienes que conseguirlo. Porque podría esperar ese momento, al fin y al cabo no era lo único que les quedaba por hacer juntos, demasiadas cosas y poco tiempo.
Pero no había prisa, sabría esperar.