Son las doce horas, un minuto y quince segundos. Tal vez ya sea la hora, tal vez debía haber actuado antes; ya nada importaba, ya estaba hecho. Guardó de nuevo el reloj en su maleta, y no lo volvió a mirar más. No importaba quién le viese o que no se hubiera despedido de su gente. De un momento a otro iba a ocurrir, su vida iba a cambiar por completo. Esperó, suspiró y volvió a esperar. Creo que todavía sigue allí, un hilo de esperanza le mantiene con vida. Pero él no se dió cuenta, y yo tampoco me atreví a decírselo: su reloj estaba parado.
[Laura Serrano]
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silbiditos!